martes, febrero 28, 2006

Solos en la madrugada


Bruno Marcos
Por quedarme a ver, otra vez, una película underground de Nueva York, Bobby G., de John-Luke Montias, que, por accidente, vi al poco de regresar de la gran manzana y que me sorprendió al reflejar, tal y como yo la percibí, la desnudez humana de Manhattan, me encontré, antes, con Solos en la madrugada, la película de Garci. Es la historia de un locutor depresivo y nostálgico en plena transición española. En el fondo añora ese estado de carencia de la posguerra donde cualquier atisbo disparaba la ilusión. Al final, en el último monólogo de la temporada, radia, a su legión de seguidores a los que denomina “queridos inútiles”, un alegato por el futuro prometiendo no volver a ser cínico, escéptico y nostálgico.
Pienso en por qué encuentro tan inmediato a ese José Sacristán tan mal vestido, con esos trajes de corte estrafalario que mueven a la risa viéndole tan triste, con esa cara. ¿Acaso no ha cambiado nada en esta España donde preferimos la nostalgia de un tiempo defectuoso a un presente aburrido? Tal vez se trate de que esa España de 1977 sea la misma España de hoy que casi no ha cambiado nada, sólo los pantalones de pata de elefante o la marca de los coches del atasco. Los planos desiertos del Madrid de entonces tenían aún algo de románticos.
Quizá –pensé- este blog sea también una murga como la del protagonista de Solos en la madrugada. En un momento dado la chica que le liga, Emma Cohen, le dice, como para halagarle que, en las tribus de no sé dónde, el jefe es el que se hace oír.
El caso es que Garci entonces consigue tocar el pulso de esa generación -seguramente la suya- cuyo epílogo sea, con toda probabilidad, la propia personalidad actual de Garci, tan extraña, haciendo películas como Ninette y un señor de Murcia, definitivamente ya fuera del mundo.
Cada vez me topo con más gente de mi generación que reconoce que Garci les empezó a caer bien, que, incluso sus tertulias mostrencas, siempre dejaban algo bueno.
Creo que en el fondo hay una minusvalía general para sentirnos libres y eso es lo que se deduce de la película, tanto con Franco como sin él, esa minusvalía persiste también hoy.
Me fue imposible así ver ya la película de Nueva York, al fin y al cabo, lo que decían varios de nuestra comitiva: “Por momentos me parece igual a Madrid”.
A la mañana siguiente, aún con la resaca, salen, en el canal de la nostalgia, escenas de violencia en Oriente Próximo, no sé de cuándo, son igual que las de ahora, y siento -como siempre- un remordimiento porque, donde debería ver sólo dolor encuentro belleza, esa luz oblicua y anaranjada sobre la arena que me hace recordar mis viajes. También aparece una mujer bellísima del Líbano a la que habían asesinado a su marido periodista. Para terminar repite una frase de él: “Hay que actuar como si fuéramos libres de verdad”

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

"la verdad os hará libre"Y nos mintió

marzo 07, 2006 12:21 p. m.  

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